Nos saludamos en el hall. ¿Sigues trabajando con chavales?, me pregunta Luis. Ahí seguimos, le cuento, salvando el mundo. Sonríe. Le pregunto por la conferencia y me cuenta lo que va a suceder a continuación. Es una persona cercana y cálida en el abrazo. No hay poesía en algunos gestos. Tampoco es amistad. Es cariño o algo circundante. No hay tiempo para mucha conversación, el acto está a punto de empezar. La conferencia me traslada a los días de doctorado en Granada. García Montero fue profesor mío en la Universidad. Sus clases son admirables. De pronto algo se despierta, algo de lo que está dormido: el amor por la literatura, Las ganas de transmitirlo. Estoy agradecido con Luis por ésto y por ser, en su día, ejemplo de otra poesía, y motor, en parte, de mis días andaluces.
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