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Las ventanas dividen cruelmente los planos de la realidad. Al fondo, muy lejos, un trozo pequeño, pequeño, de campo…te hace soñar con campos más grandes.
En la soledad inicial Margarita te guía a todas partes. Montmarte, Nôtre Dame, orillas del Senna, boulevar Sant Michel....
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París fue una ciudad de paso para García Lorca, casi un anhelo.
Existe también un goce de la gran ciudad.
La ciudad, la luna y Margarita en el recuerdo. Tres puntas de alguna estrella errante a la que seguir.
Hay ciudades que asisten perplejas, testigos involuntarias, del paso de la infancia a la vida adulta. Salinas crece en París, García Lorca en Madrid, como Alberti, como Cernuda.
Más tarde vendrían las ciudades ocultas: Barcelona, Biarritz, escenarios para encuentros furtivos, clandestinos, huyendo de las leyes sociales, de toda lógica sigloveinteañera,
Madrid, San Sebastián, Bilbao…ciudades que de pequeño sonaban lejanas, que significaban la ausencia de un padre y la soledad de una madre.
París es traducir los partes de guerra en la emisora Paris-Mondiale y es la obligación de marchar, de abandonar Europa, para cumplir con el destino de español errante por tierras de América.
Buenos aires, un lugar donde ordenar los dolores de España y los rotos recuerdos de la Arboleda Perdida.
Madrid es un tren, dejar atrás la calle de las Nevarías, calle de los sorbetes de colores y los helados veraniegos, vergeles de las orillas del río, puente de San Alejandro, esteros y salinas! Madrid es el adiós a la infancia libre, pescadora, de patios y bodegas profundos.
Hay una desilusión gris en el asfalto, un duelo por la ausencia de azules vivos, un regusto a tristeza en todas las aceras que llevan al Prado. Las ciudades sin mar no están completas, les falta la infancia.
Málaga es el invierno del poeta, la compañía de un padre. Es también Luis Altolaguirre, y su hermano Manolo, y la presencia extraña de Salvador Rueda, poeta venido a menos, que constantemente se lamenta de su creciente ceguera y del lamentable olvido en el que ha caído para la poesía. Del Parnaso a una modesta habitación en un prostíbulo. El Modernismo perdía enteros desde hacía ya tiempo.
“El consuelo, nunca” repite Francisco Giner de los Ríos. Middlebury no era Madrid.
Hay una clara incapacidad de sentir entusiasmo por algunas ciudades.
Cuando Germaine, esposa de Guillén, enfermó y decidió volver a París a morirse (ella lo sabía), embarcó en el puerto de Nueva York.
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