miércoles, 29 de junio de 2011

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Tu hermana sabía cuál era la cura para la tristeza.




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La única cura posible era que yo les diera besos de las más diversas índoles: besos de colores, de animales, de lluvia o de nieve. Mi padre, muy serio, se solía unir a este juego. Son recuerdos de Isabel.


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Los niños que juegan a decir misa es que van a ser idiotas o poetas. Eso te decían. Acertaron sólo en lo segundo.



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Las pompas de jabón de tu hermano Paco, que tanto gustaban a Isabel, bajan desde el cielo como si vinieran de la maravilla.



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Hay una caja negra, la de la maravilla. Dentro: el traje de payaso y el de arlequín, rojo y azul, la túnica blanca del traje de moro, cosas raras y viejas.



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Y Paco sigue  haciendo pompas de jabón desde el balcón de su cuarto.




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Desde niño, se contempla el poeta desde la distancia, tan lejos como vaya mi recuerdo, he buscado siempre lo que no cambia, he deseado la eternidad.



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La eternidad bien pudiera ser un río solamente. Dejó anotado en el infinito Mª Teresa León. Hay mujeres que tienen el don de la escritura sobre el infinito.

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