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Tu hermana sabía cuál era la cura para la tristeza.
La única cura posible era que yo les diera besos de las más diversas índoles: besos de colores, de animales, de lluvia o de nieve. Mi padre, muy serio, se solía unir a este juego. Son recuerdos de Isabel.
Los niños que juegan a decir misa es que van a ser idiotas o poetas. Eso te decían. Acertaron sólo en lo segundo.
Las pompas de jabón de tu hermano Paco, que tanto gustaban a Isabel, bajan desde el cielo como si vinieran de la maravilla.
Hay una caja negra, la de la maravilla. Dentro: el traje de payaso y el de arlequín, rojo y azul, la túnica blanca del traje de moro, cosas raras y viejas.
Y Paco sigue haciendo pompas de jabón desde el balcón de su cuarto.
Desde niño, se contempla el poeta desde la distancia, tan lejos como vaya mi recuerdo, he buscado siempre lo que no cambia, he deseado la eternidad.
La eternidad bien pudiera ser un río solamente. Dejó anotado en el infinito Mª Teresa León. Hay mujeres que tienen el don de la escritura sobre el infinito.
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