viernes, 30 de septiembre de 2011

Concierto. 30 nits,



No lo sé explicar. Llegar emocionalmente herido de trabajar, de vivir, de fortificar, de construir, de deconstruir, de cerrar para abrir, de abrir para cerrar vida, casi con el aliento en la punta de la lengua, con las emociones en un vagón de metro que me ve llorar extrañamente mientras suena la música cada vez más fuerte y es tarde, es tarde y yo necesito ducharme, dejar que el agua caliente se lleve la amargura de este dolor ajeno y mío, extraño y conocido, ese dolor con el que convivo en mi trabajo y ahora no permito que se acostumbre a mi, porque en el momento en que sea parte de mi sombra, estaré perdido, no sabré cuál será la diferencia entre la alegría y la pena cuando las tenga cara a cara en las misma habitación. Y dejar que un último golpe de agua fría reactive la musculatura, golpee el ánimo con un estímulo de prisa, con un susurro de ya, de ya está, pero ve, hacia otra cosa, adelante, ahora, otra cosa, ve, sal y salgo a la calle enchufado a músicas que me metan en la noche por la que no circula nadie a quien realmente pueda  identificar con un rostro, con un paso, en un gesto y ver, que a lo lejos, en el bar, hay gente en la puerta. Entrar y escuchar acordes conocidos. Ya la banda toca, sonoriza, calienta las ganas. Y descubrir que la palabra banda es hermosa, que me gusta más que grupo. Y el teclado suena bien, se oye, y la voz también. Lo compruebo antes de que me alcancen las miradas cómplices sabedoras de mi tarde, de la mala tarde en el trabajo. Y subir el volúmen. Y subirme por dentro, hasta casi desbordarse lo que convive debajo de la piel con los límites de la geografía de mi verdad. Quitarle el paño a la alegría, a la forma espontánea de ser feliz por las cosas que tienen que ver con el arte. Tocar, todavía agarratoda la espalda. Notar el dolor en los brazos, en la espalda. Tiemblan ligeramente los brazos. Sigo en un ligero estado de nervios. Acuden a mí imágenes de la tarde. La niña está en el tejado. Hay gritos, sus gritos, y nervios, nuestros nervios. Sudamos. Mi compañera y yo sudamos. La niña suda. Hace mucho calor de repente. Salgo al tejado. Me siento a su lado. Tús sabes, lo sabes. Conoces el amor. Me conoces. Hay mil formas de amor. Sólo coge una y todo habrá acabado.Vuelvo a la canción. No sé de dónde vengo. Exactamente no he llegado a ningún sitio todavía. Ahora camino por esta canción y voy percibiendo el rostro de ilusión de mis amigos. La risa nerviosa de la emoción por tocar. Las ganas. Bajamos volúmenes. En el lavabo el agua me refresca la cara. Fuera en la calle, doy un pequeño paseo. No quiero parar. Mi cuerpo dirá no si paro.  Y no paro. Saludos a los amigos que se acercan curiosos a vernos tocar. Empezamos, me dicen, Y delante, el bar está lleno de amigos y rostros conocidos. Es el público más amateur que he visto, comentan. Y me parece graciosa la gracia. Es tocar en casa, para los amigos. Para muchos es la sorpresa. Ver que va en serio este juego de poemas y música. He llorado tocando algunas canciones en los ensayos. Hoy no. Hoy el llanto estaba sobreaviso. Hay poemas que han cobrado vida recientemente. Han revivido. Han sido profecía cumplida. Todo acaba en Osaka, en la bahía de Osaka, donde se perdonan todos los errores, como cada martes y donde el tiempo nos da la razón. Y hoy es jueves.  Y la guitarra quiere gritar y lo hace. grita por mí, inyecta en las manos lo extraño del arte, una sustancia reacciona en el cerebro y me lleva un estado de felicidad transitoria que me baja a la lengua, y deja un poso de esperanza y calma. Dejad que la calma se acerque a mí-

2 comentarios:

soperos dijo...

ventura, cómo te pasas...

abrazos
pepe

Ventura Camacho dijo...

ya ves Pepico...