"Los hombres que se entregaban al pensamiento nocturno (...) pretendían envolver toda una época de una espaciosa noche de ideas, y rechazaban en todas sus formas el sol que yo había visto"
Yo no comprendia las leyes que regían el movimiento de las ideas, la forma en que quedaban atascadas en simas invisibles siempre que se proponían ahondar; o, cuando apuntaban a las alturas, su forma de encumbrarse hasta ilimitados y no menos invisibles cielos, dejando la forma corpórea en un inmerecido descuido,
Mi reconciliación, mi apretón de manos con el sol, se produjo en 1952 a bordo del barco en que hacía mi primer viaje al extranjero"
Así, habla del sol el bueno de Mishima (cuyo nombre real es Hiraoka Kimitake) y me hace recordar como hace un par de meses le daba la mano yo también al sol de mi barrio, al sol de mediodía, al invierno amortiguado, al alivio de ojos cerrados y la sensación de ardor sobre la piel que imaginas sonrojada justo antes de verte en el espejo. Y en ese darse la mano uno pacta el futuro. Es decir, uno pacta lo que no existe, lo que nunca vendrá. Y lo hace quizás huyendo de la memoria viva del pasado. De éso podría decir mucho el filósofo Agustí García Calvo.No he visto a nadie deshacerse del invento del futuro como él, con esa claridad. Y yo recupero el sol, y la idea de futuro, como ignición, como inicio de andadura. Esa idea me vale.
Salimos a la superficie. Se hace necesario. Entramos en contacto con el cuerpo. Leo a Mishima:
Y me ordenaba construir una nueva y robusta morada enla que mi mente, que a poco a poco asomaba a la superficie, pudiera vivir a salvo. Esa morada era una piel tostada y lustrosa, unos músculos potentes y delicadamente torneados".
Repaso con el doctor el historial de mi hombro. Alude a él con un adjetivo que he olvidado ya. Tenía que ver con la degeneración. Eres joven me dice. Desde el 2008 me acompaña casi a diario un dolor en sordina. Un susurro en ocasiones desquiciante. Un visitante nocturno, un alterador del sueño, un antidescanso nunca bienvenido. Esa es parte de mi superficie. Pero mi dolor no es una "determinación de contingencia" y me dice, ridículamente cómplice, como el que se siente superior desde el consejo que debes agradecer, que vaya a un "tribunal médico" para intentar que la mútua se haga cargo de mi cuerpo. Eso es tiempo, le digo. Y para el tiempo no haya consejo. Me he imaginado junto a mi abogado defendiendo la causa justa de mi hombro. Este tribunal, resuenan las palabras en la sala, le declara culpable, y condena a su hombro al tedio oscuro del dolor eterno.
Salgo a la calle y el sol se desploma borracho sobre mi hombro dolorido. Los borrachos pesan y el camino se hace siempre más largo. Recibo un mensaje en el móvil a modo de recordatorio para que no olvide que esta tarde, por si fuera poco, tengo una revisión médica en el gimnasio - ese lugar ficticio en mi mente -. Dado el contacto con mi superficie favorecido por la lectura de MIshima, decido ir. Puntual, me sorprendo en ropa interior oyendo medidas y pesos que no quiero saber. Nunca recuerdo lo que mido, y siempre intento olvidar lo que peso. Masa corporal, huesos, constituciones, mil maneras de justificar lo lejos que estoy de mi peso ideal. Estar en lo profundo del pensamiento es doloroso, pero la superficie tiene lanzas que como, a San Sebastián, nos atraviesan el costado.
Ahora que estoy más cerca de mi cuerpo, espero reparar la superficie, hacer lagunos retoques, para alojar el sol de todos los días.
Ahora que estoy más cerca de mi cuerpo, espero reparar la superficie, hacer lagunos retoques, para alojar el sol de todos los días.
2 comentarios:
bien, bien, me gusta ver letra por aquí
me cuesta mucho escribir, compañero!!!
Publicar un comentario