Los nervios que alejan al corredor de la lengua callada del abandono. Es más, los que le llevan flechamente a la supremacía del metro después y al cántaro seco del mañana-meta.
Los de la pareja que se ama al modo del perro oculto en la cubertería del verbo pasado.
Los del examinador, que son la cara oculta y pinflóidica de la luna del estudiante,
y los del estudiante, que asoman un ojo cortado en homenaje al espíritu del café.
Los nervios del motorista, que acierta la lectura de las líneas fugaces cuando consulta en el espejo retrovisor cómo habría sido su infancia peinada a fractura.
TEXTO: IVÁN CARABAÑO
FOTO: Servidor
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