lunes, 19 de diciembre de 2011

via Garibaldi

Amigos del poeta siguen a vueltas con las viejas heridas albertianas. De este artículo de Benjamín Prado extraigo sólo algunos datos sobre la casa de Alberti en el Trastevere romano. Lo demás no viene al caso.

[...]
La casa de Via Garibaldi era, efectivamente, el hogar donde Rafael Alberti y María Teresa León habían pasado gran parte de su destierro en Italia, un país al que llegaron después de vivir 24 años en Buenos Aires, tras el golpe de Estado de 1936; y era también una especie de santuario por lo civil al que peregrinaban escritores y políticos antifranquistas ansiosos de conocer a aquella pareja mítica que simbolizaba tantas cosas: la Generación del 27, la República, la Guerra Civil, el éxodo de los derrotados, el Partido Comunista… Por añadidura, no era raro que quienes franqueaban aquella puerta se encontrasen en el interior con Pasolini, Fellini, Vittorio Gassman o cualquiera de los españoles que se dejaban caer por esa ciudad a la que, según sostenía el mismo Alberti, sus compatriotas solo iban por dos motivos: a ver al Papa o a verlo a él.
En Italia, los Alberti habían vivido en Milán y en otra casa en Roma, pero cuando el poeta recibió el Premio Lenin de la Paz, en 1965, utilizaron el dinero del galardón para comprar el piso de Via Garibaldi, que todos los que conocieron definen como un auténtico museo: "Las habitaciones estaban repletas de cuadros de Picasso, Miró, Guinovart, Quatrucci…", contaba en 1976 el pintor y crítico Francisco Arniz Sanz en el libro Aproximación a Rafael Alberti y María Teresa León. Y no solo eso, porque también había muchísimas obras propias, como recuerda la sobrina del escritor, Teresa Sánchez Alberti, que fue la encargada, junto con el director del Patronato de Cultura de la Diputación de Cádiz, el vicepresidente de la Fundación Rafael Alberti y la abogada Cristina Almeida, de ir a retirar los materiales de la casa del Trastevere para que fueran llevados a Cádiz: "Había infinidad de cosas, por ejemplo, muchísimas litografías de mi tío, a veces tiradas enteras, que en algunos casos, al parecer, se vendieron más tarde a la propia Fundación al triple de lo que valían; y cosas inéditas por todas partes, apuntes, esbozos, cuadernos escritos de puño y letra por él y por María Teresa…".

(...) Esa casa fue un punto de encuentro de todos los antifranquistas, una especie de isla a salvo de la dictadura terrible que había en España, y por ella pasaron los intelectuales más importantes del siglo XX. Creo que son dos razones de peso para ser conservada". Aitana Albeti

martes, 13 de diciembre de 2011

Lo más difícil del mundo

Suene la voz de al filo de romperse:

Lo más difícil del mundo
se estudia y se aprende bien
yo me estudié tu cariño
y no lo pude comprender
por eso sufro y lloro como un niño.




Y quién me dice a mí que después de un año no he muerto yo también. Siguen sonando campanas de muerte en mi casa antigua, en la que ya no habito, en la que veo al pasar por la puerta y todavía , caliente, el recuerdo se refleja en el portal y empaña la mirada con su vaho de incomodidad.   Recuerdos de un luto geográfico ajeno habitan esta nueva, luminosa  y sin cortinas, soleá donde Enrique Morente canta  aquello de:
El cante no es alegría,
el cante es decir las penas
que se llevan escondías

Hoy se me escapa una pena extraña y no siento vergüenza. La publico esperando mi ratico de calor. José Menese me dice;
a to' el mundo calentando
y ahora veo que le va dando,
según la experiencia mía,
a algunos calor to' el día
y a muchos de cuando en cuando

 
Esta mañana recordaba el vértigo que he sentido leyendo a autores a los que admiro aireando sus dolores más profundos, y esa impunidad me sirve de escudo. Hablo por teléfono con el grandísimo Pepe. Él no lo sabe pero me interrumpe en una pena muy flamenca que tiene que ver con lo que Morente significa, con la normalidad con la que se viven las cosas, con la habilidad o torpeza para colocar el tiempo en lugares donde no nos duela, con la asociación de ideas, con los mapas sonoros del afecto.  Llama para hablar del especial de Enrique Morente que han dado en radio3 y queriéndolo y sin querer me canta un mirabrás:

A mí no me importa
Que un rey me culpe,
Si el pueblo es grande y me abona,
Voz del pueblo, voz del cielo.
Y viva verdad que son las obras,
Con el “mirabrás”
Se amarra el pelo
Se amarra el pelo
Con una hebra de hilo negro.

Bromeamos sobre las pocas palabras que se gastan los flamencos y las grandes frases que nos dejan.  Nadie ha dicho la pena con menos artificio que ellos. Esa es mi pena hoy, un dulce amargor en la lengua, como el recuerdo en retirada de un vino en la Peña Platería frente a la Alhambra, un dolor casi perfecto.

 Un fandango de Manuel Vega "El Carbonerillo", leo en internet, dice:

""La pena grande que se llora,
con las lágrimas se va.
La pena grande es la pena
que no se puede llorar.
Esa no se va; se queda.""


Habría que aplicarse aquella otra copla por soleá de "Si sufres sufre cayando y no publiques tu pena" pero ya es tarde. Recordando a Enrique Morente y a vueltas con la idea de un libro de poemas flamencos con Pepe y Mariano.

(5)


Casícula curvada que sale del espejo donde le espera el ojo. El ojo serpiente donde la deformidad es vida.

(texto IVÁN CARABAÑO)

(4)


En el concierto de jazz miré hacia arriba, y no pude ver sino la sílaba sorda de la coleta golpeándose –clonch- contra el mástil de la guitarra.

En el pantalón colgado miré hacia arriba y, como en estampida, pedía una moneda parda el sol. Y se la di con panza de búho y trapos de perejil.

En el barrio de la Barceloneta, de entre las pisadas gatunas, un corazón reptado miró hacia arriba para encender el fósforo de la vida posible. No quiero, me dijo la vida posible, y entonces la sombra sacó su tela y la dejó sobre el cuerpo que estaba enfrente.

En la calle o montaña, una hoja de otoño miró hacia arriba, y no pudo ver ni la blusa colgada ni el faldón de la estrella.

TEXTO IVÁN CARABAÑO



lunes, 12 de diciembre de 2011

cotidianidades y escenas al sol

 
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soy su animal de compañía

 
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Soy tu animal de compañía. En tu presencia soy  mi yo más cercano . Lamo tus pequeñas heridas de vida, te peino, te lavo, te dejo hermosa para la luz,  y a un tiempo lamento en cada instate esta cárcel de afecto que te impongo. Te trato bien. Te sigo porque me enseñas siempre los mejores rincones de la casa.  Practico el amor en tí. Te agradezco la paciencia, los giros en los mapas. Me maravillo cada una de las veces que rompes el silencio.  Admiro tu manera de siempre volver a empezar. Valoro cada una de las veces que guardas silencio. Te protejo casi paternalmente. Soy tu animal de compañía. Somos dos animales juntos.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Dímelo rápido!


Ayer publicaron una entrada sobre nuestra banda que nos hizo mucha ilusión. Para mí personalmente, la música está en el mismo saco de la poesía, es decir, hay que tomarse en serio lo de componer y lo que muestras al público - como forma de arte - pero luego me sobran muchas cosas que rodean al mundillo, y por suerte, nosotros estamos por la labor de intentar pasarlo bien creando. 
Sara López nos grabó en la Sala Underground del barrio de Gràcia y el resultado este vídeo que a mí em encata cómo quedó. Gracias Sara.

UNPICTURED: Bárbara Cuerva from sara lópez on Vimeo.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Rafael Alberti y Roma (#4) &La Roma de Mª Teresa León

[Reproduzco íntegro una entrada de Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes aquí]

Casa de Alberti en Vía Garibaldi




Colección particular (Madrid).


Traslado a Vía Garibaldi



Tras residir en Monserrato, número 20, y gracias al dinero del Premio Lenin de la Paz que le fue concedido en 1965, Alberti y María Teresa León se mudaron a su nuevo domicilio en Vía Garibaldi, número 88:

Llegamos a su casa, un edificio rojizo de la Vía Garibaldi en el que nos sorprende una inscripción existente sobre el dintel de la puerta. Más tarde María Teresa nos explicaría que este edificio fue en otros tiempos convento para «jóvenes descarriadas». Subimos al segundo piso y nos encontramos ante la República de las Letras y de las Artes. Espaciosas habitaciones abiertas a la luz trasteverina por grandes ventanales y todas ellas repletas de cuadros de Picasso, Miró, Guinovart, Quatrucci... Fotos de Neruda, Nicolás Guillén, García Lorca, Buñuel... Cerámicas y otros objetos de artesanía de los más exóticos países visitados para deleite de sus numerosos visitantes.

Foto extraída de Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid).

(Texto de Francisco Arniz Sanz, «Encuentro con Rafael Alberti y María Teresa León en el Trastevere romano», en Aproximación a Rafael Alberti y María Teresa León, Barcelona, La Mano en el Cajón, 1976, p. 55.)


       
       





Vía Garibaldi y el Trastevere



Foto perteneciente a la colección particular de Carles Fontserè (Girona).



Ahora aquí, en el Trastevere, trepan, aparecidas en estos últimos años de mi ausencia las más verdes y tupidas enredaderas por los muros, formando varias lagunas y ojos entre el color siena tostada romano y el de las trepadoras, creando así una movida y contrastada visión en las paredes trasteverinas, a lo largo de todo el primer tramo en pendiente de la calle Garibaldi.
También han crecido árboles espontáneos, algunos ya muy altos, y por el día, al nivel de las aceras y a la puerta de algunos negocios, se ven macizos de dondiegos rojos, que han de abrirse en la noche, perfumándola suavemente. ¡Roma, Roma!.

(Texto de Rafael Alberti, La arboleda perdida 2, Tercero y cuarto libros (1931-1987), Madrid, Alianza Editorial (Biblioteca Alberti), 1998, p. 212.)

       
       



Bar Settimiano



Foto extraída de www.johncabot.edu.



Al bar Settimiano venían todos los días los pintores Carlo Quattrucci, el argentino Alejandro Kokochinski, el tristemente desaparecido Agustín Pérez Bellas, también arquitecto y escritor, y su mujer, la increíble e insensata gallega Mercedes Ruibal, a la que tanto María Asunción y yo queremos [...]. Aquel ángulo de Garibaldi y la Vía Riari en el que al anochecer me encontraba con mis amigos sigue siendo hoy, aún después de tantos años, un lugar inolvidable. Ahora, cuando estuve en mi antiguo barrio, no pude reunirme con ninguno de ellos. Aunque no muy lejos pude encontrarme con otros amigos de entonces muy queridos, como el grande y arcangélico abogado Mario Veutro y su mujer Giuliana, Angela Redini, inteligente actriz que dirigió la filmación de mi recital de la Fábula de Polifemo y Galatea, de Góngora, con fondo de paisajes playeros en las hermosas costas de Sicilia, y también la siempre bella y elegante condesa De Giorgi.

(Texto de Rafael Alberti, La arboleda perdida. Quinto libro (1988-1996), Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1996, pp. 137-139.)

       


       



Memoria de la melancolía



Foto cedida por la Fundación Rafael Alberti (El Puerto de Santa María).


María Teresa me ofrecía asimismo una primicia extraordinaria: me iba pasando las hojas, ya mecanografiadas, de su autobiografía
Memoria de la melancolía. Título rotundo, donde todo el dolor de la vida estaba asimilado y comprendido antes de pasar a la literatura. La acción
se desarrollaba en el recuerdo y los personajes principales eran la tierra natal y la historia. Madre Historia y sus bromas
pesadas. También alguna de sus alegrías. Cuartillas impecablemente pasadas a máquina por una joven religiosa a quien María
Teresa gustaba de apodar «mi monjita». Cuartillas donde una representación teatral de Fuenteovejuna en el Madrid revolucionario, donde un perro amado, que el exilio obliga a abandonar a su suerte, alternaban con descripciones
de personajes célebres, conocidos a lo largo de un itinerario vital admirable. Cuartillas que la monjita iba entregando puntualmente,
pues tenía una verdadera vocación de orfebre. Con María Teresa nos habíamos divertido, buscando faltas de ortografía que la
italiana pudiese haber cometido -nada más natural- al transcribir una lengua desconocida. En este caso éramos nosotros quienes
nos convertíamos en orfebres, pues las faltas eran casi inexistentes.

-Acaso se deba a la ayuda de alguna madonna erudita -decía yo-. Aquí, en el Trastevere, los milagros te salen en la pasta asciuta -bromeaba María Teresa. Para añadir, ingenuamente-: ¿Tú crees que alguno habrá sido cierto? ¿Por qué no? Después de todo,
a santa Brígida le habló un crucifijo en la iglesia de San Paolo.

Importa poco. La monja había modernizado la infinita paciencia que sus antepasados de beaterio emplearon otrora en labores
de brocado, transformándola en igual dedicación para con la máquina de escribir. Resultado más que lógico del siglo de las
máquinas. Pero también algún listillo podría decir que la sociedad de consumo había entrado en los conventos. (Se llevaba
mucho en esos días hablar de «sociedad de consumo», y, en más de una ocasión, Rafael había tenido que plantar cara a algún
jovenzuelo prochino que le acusaba de integrado. De todos modos, ningún intelectual de izquierdas consiguió escapar a esas
acusaciones en aquellos agitados tiempos).

(Texto de Terenci Moix, «Alberti en Roma», El País Semanal, 21 de julio de 2002.)

       
       







Alberti y la pintura




Cuando llegué a Roma lo hice ya cargado con unos deseos desasosegantes de aprender a grabar -solamente conocía un poco la serigrafía-, pues me interesaba dar una consistencia más permanente a mis líricogramas, a mi decidido maridaje de las palabras con el signo. Y mi primer maestro fue un grandísimo estampador sardo, de apellido español, Renzo Romero. Con él aprendí diversos procedimientos de grabar: el aguafuerte, la punta seca, el aguatinta, la xilografía, el linóleum, la litografía y el grabado sobre plancha de plomo, técnica esta la más fascinante y sorprendente de todas. Yo, pacientemente más que un monje miniador del Medioevo -un chino-ítalo-arábigo-andaluz-, hice libros, de gran formato, manugrafiados por mí, con tiradas restringidas, de diez o quince ejemplares solamente: X sonetos romanos, con aguafuertes y grabados en plomo; Los ojos de Picasso, con dibujos al pastel y también grabados en plomo; Corrida de toros, con poema manuscrito y seis litografías; Homenaje a Miró, con caligrafía a la témpera y sólo grabado central en plomo también, etc. Al fin, en la V Rassegna d'Arte Figurativo di Roma -1966- me concedieron el Primer Premio de grabado, hecho asimismo sobre plancha de plomo, procedimiento poco conocido que me animó a usar el único artista que lo practicaba, el escultor Umberto Mastroianni, tío del gran actor cinematográfico Marcello Mastroianni, protagonista de tantas películas archipopulares.

(Texto de Rafael Alberti, La arboleda perdida 2, Tercero y cuarto libros (1931-1987), Madrid, Alianza Editorial (Biblioteca Alberti), 1998, pp. 220-221.)

       


       





La Babucha



Foto perteneciente a la colección particular de Carles Fontserè (Girona).


La Babucha llegó de la mano de una Navidad. Fue un regalo de Linucha Saba, una mujer inteligente que todo lo convierte en positivo. Nuestro perro desciende de un linaje nobilísimo. Hemos dibujado su escudo. Carlo Levi es el responsable directo de esos perros lanudos que deben llamarse con nombres empezados con be. Nos ha contado... pero no importa la historia de Babucha sino su presencia. Vive, ladra, lame, acaricia y se acaricia, es la aparición de la belleza matinal, de la gratitud, de la fiel amistad hasta la muerte. ¿La muerte? ¿No es la reencarnación, la presencia, el regreso de todos nuestros perros? Allí están todos en sus orejas largas, en su mirada redonda, cubierta de lanudos rizos, tan terrenal, tan de nuestro mundo de los hombres, tan redondos sus ojos mirando esa pelota que corre y persigue como nosotros perseguimos los sueños que nos corren delante...

(Texto de María Teresa León, Memoria de la melancolía, Madrid, Castalia, 1999, pp. 205-206.)



       
       




Gatos, gatos ymás gatos




Un gato, salido de no se sabe dónde, rayo con pelos, atraviesa entre los automóviles la Vía Garibaldi, perdiéndose por la de La Scala. Es el primer gato que veo en el barrio, pues aun en la noche casi ninguno hace ahora su aparición entre los restos de comidas arrojados por las trattorias y restaurantes. Repito y compruebo la desaparición alarmante de los gatos en Roma.
Antes, bajo la ventana de mi cocina, desde la que se ve una oleada rítmica, y en que diferentes planos, de pálidos tejados maravillosos, dábamos de comer todos los días a más de 20 gatos de todas las edades y tamaños. Las tiernas, y a la vez feroces palomas, descendían de los tejados altos y chimeneas a mezclarse entre el agitado gaterío para aprovecharse de la comida. Siempre observé a los gatos deseosos de merendarse una paloma. Pero éstas los amedrentaban a sacudidas de aletazos, que los
gatos recibían sorprendidos. A Baudelaire le hubiera entusiasmado  aquella escena. Aunque más le hubiera divertido, quizá, ver una jauría de perros sacados los ojos por los gatos. Pero en mis tejados no queda ni uno. Ya no escucho desde mi cuarto su desgarrado y doloroso amor, lleno de maullidos y silencios impresionantes. Eran batallas nocturnas, crispadas de celos y ensañadas persecuciones, a veces todo presidido por una pálida luna asombrada, mientras los millones de ratas romanas apretaban su terror en las cañerías rotas o en las bocas calladas de las alcantarillas.
Ahora he visto, alguna vez, salir ratas de ellas y atravesar, tranquilas aunque sigilosas, la calle, en la pausa impuesta por algún semáforo a los automóviles, yendo a buscar algo que les interesaba en el cordón de la acera de enfrente, volviendo, veloces, a la boca de donde habían salido. ¿Qué será de Roma sin sus gatos?.

(Texto de Rafael Alberti, La arboleda perdida 2, Tercero y cuarto libros (1931-1987), Madrid, Alianza Editorial (Biblioteca Alberti), 1998.)



       
       



Foto cedida por la Fundación Rafael Alberti (El Puerto de Santa María).

El regreso





Del generalísimo Franco decía por ahí la gente que no era inmortal sino inmorible, tanto tardaba en entregar a Dios su alma
y su mano casi paralítica de firmar penas de muerte. [...] Muerto por fin el Caudillo, después de haberlo cobijado bajo el
manto diversas vírgenes, grandes patronas como la del Pilar, y tocado por multitud de reliquias, entre otras uno de los muchos
brazos de Santa Teresa, y proclamados, con el consenso de todos los partidos e instituciones, reyes de España don Juan Carlos
y doña Sofía, yo, todavía en Roma, esperaba con María Teresa el momento propicio de nuestro regreso a la península, después
de casi treinta y nueve años de exilio. Eso no sucedería aún hasta el 27 de abril de 1977.

(Texto de Rafael Alberti, La arboleda perdida, 2 Tercero y cuarto libros (1931-1987), Madrid, Alianza Editorial (Biblioteca Alberti), 1998, pp. 245 y 249.)

       
       

Rafael Alberti y Roma (#3)


Siempre me sigo preguntando, pero ahora con acento más definitivo: Cuando me vaya de ti, ¿quién se acordará de mí? Pero sí, estoy seguro de que se acordarán. Yo sé bien que no soy Goethe ni Stendhal, pero sí un poeta andaluz que supo introducirse en la voz romanesca del gran Gioachino Belli y la prolongó por el alma de las calles, callejones y plazas del inmortal Trastevere. 

 (Texto de Rafael Alberti, La arboleda perdida 2, Tercero y cuarto libros (1931-1987), Madrid, Alianza Editorial (Biblioteca Alberti), 1998, p. 212

leído aquí



Rafael Alberti y Roma (#2)

[viene de la entrada #1]

( ...) Viale Porta Portesse. Una inscripción en lo que parece un edificio oficial, una escuela con siglas GIL, reza:

“Necessario vincere
piu necessario combatere”

Agradezco Roma, que recojas lo que dejo en estas tus calles dormidas todavía, que seas cul de sac, cajón de sastre, pozo seco, tierra baldía para mi mente. Marco tus calles, como el gato Buco, dolido y confuso te desgasto, arrastro el peso del condenado, el destino del Hombre, ahora que el sol desciende y su peso no quema pero hace evidente su cercanía. Agradezco, Roma, lo que haces por mí.

Conseguir que la luz y la vida confluyan en armonía en un fotograma no es fácil.

Stella Maris. Un graffitti en la pared frente a la que empiezo a cenar es una virgen sosteniendo entre sus manos un barco. Hay un marinero en tierra. Después de mañana y tarde siguiendo los pasos de Alberti por el Trastevere, ya lo relaciono todo enfermizamente.



Suenan ( o resuenan) las campanas del Trastevere entre sus calles. Alberti no estuvo en Granada antes de estar en el Trastevere. Las calles estrechas que menciona de este barrio le hubieran parecido nada comparadas con las del Albaicín. Nunca fui a Granada escribió el poeta, y finalmente fue, y yo también fuí.

Alberti hace referencia a los maleantes del Trastevere. Yo he visto los yonkis italianos del siglo XXI. Perdonen la irreverencia.


Un hombre fuma un cigarro en la ventana. Una enorme enredadera trasteveriana le envuelve bañándolo todo de un intenso verde. Le ilumina la mejor luz de la tarde. El ruido de los pájaros entre la yedra entona un precioso estruendo al que perece ajeno, más que probablemente acostumbrado. Desde la altura de su ventana el desconocido fuma y observa los primeros turistas de la tarde. De repente, alguien grita al fondo de la calle y los pájaros guardan un súbito y acompasado silencio. Ya lo decía Alberti, en el Trastevere se habla a gritos.




Es mi cabeza una campana fugaz.

Es de día todavía cuando voy a pagar con la tarjeta a dentro del bar. El propietario observa mi tarjeta de crédito (que tiene una imagen de la Alhambra) e identifica Granada en su mapa mental de España. Granada  le lleva a Barcelona, Barcelona al fútbol, de ahí al partido Real Madrid vs. Barcelona, 2-2 me informa, y nos entendemos en le lenguaje del deporte. 

Una anciana vestida de negro y tapada con un pañuelo fuxia baila rozando el rídiculo sobre la música de Ricky Martin. Mueve las manos ante la mirada de los paseantes en la plaza de Santa María in Trastevere. Ho visogno,  hay escrito en un cartel.

Un mago hindú aparece de la nada en mitad de la plaza. Yo descanso en los escalones de la fuente. Un borracho duerme a mi espalda. El mago habla con una letanía que alarga las frases y las estira para llamar la atención del respetable. “Guarda questa cordaaaaaaa”, repite insistentemente. (...)

Rafael Alberti y Roma (#1)

Escribe Alberti a Roma:

¿Cuándo me vaya de ti, quién se acordará de mi?

Voy de camino al Trastevere. He decidido ir hasta Circo Massimo y hacer el camino bajo el sol. Son apenas las 10 de la mañana y en esta explanada abierta al cielo la luz calienta fuerte. Sobre la arena de lo que fuera el Circo romano perros pasean con amos, piernas corren sobre sus dueños, bicicletas pedalean a señores sudando. Yo avanzo hacia la “Bocca de la Verità”. Renuncio a hacer la cola, aunque hubiera sido la manera más factible de estar cerca de mi querido Japón, de sus gentes al menos. Hay demasiada verdad en mi vida como para arriesgarme a inmortalizarla en una foto donde un señor(que no nos engañemos, originariamente era una tapadera de alcantarillado) me muerde un brazo mientras sonrío a un desconocido que con mi cámara me retrata. No tiene sentido perder - calculo - más de media hora en éso. Alberti me espera, y todo el mundo sabe que a Rafael no le le gusta esperar.



Cruzaré los ríos. Subiré las colinas. Pienso y anoto en mi diario de campo.

Lungotevere. Las enormes ramas de los plataneros se doblan forzando parábolas impropias, amorfas, que buscan, desde lo alto, la humedad del agua. La sed nos empuja a beber, el agua llama a gritos al sediento. Canto de sirenas.



Por fin estoy con Alberti. Quiero que mi primera incursión a esta parte de Roma sea a través de su memoria. La luz de la media mañana es dura y seca. No es buena para fotografiar. Hago lo que puedo. En el primer revuelo de callejones, mi corazón dá un vuelco. No puede ser. Debo estar soñando, febril, o en su defecto la cerveza de hace un momento fermenta en mi cabeza. Debe ser el sol de mediodía. No puede ser él. Sí. No. !Cómo va a ser él! Dicen que Elvis no murió y que millones de personas lo ven todos los años en lugares insospechados. Pero Rafael ... en los libros de texto (y éso es dogma de fe) pone que murió un 28 de octubre de 1999 en su pueblo natal y mortal, en El Puerto de Santa María. Pero es él, y la mujer que le acompaña es Mª Teresa León algo desmejorada. Estoy casi seguro. Esa camisa es inconfundible. Clásico estampado albertiano. Ese cabello blanco que me hace dudar por su arreglo corto y apurado en contra del clásico pelo largo del gaditano. No es, no es. No es porque falta la gorra marinera. No es. No es.



Me dirijo a Via Garibaldi, calle donde vivió después de haber pasado un tiempo en la otra orilla, en la Vía Monserrato, y me voy reponiendo del susto.


Me siento en un banco frente a la casa de Alberti y apunto en el diario el encuentro con Alberti. Escribo:

"Se avecina la tarde por detrás de la colina. Entro de nuevo en el Trastevere. Por delante de un estupefacto yo, se cruza un matrimonio de ancianos. Él lleva una camisa estampada de las que usaba Alberti. ¡Qué susto! ¿y si de pronto Alberti se me aparece de entre los muertos? ¿Qué le diría? Poeta, habléme del amor, que el mío se muere. Y él me invitaría a un trago de vino blanco romano, y hablaría de bellas mujeres del Lacio, como queriendo fabricar un olvido a base de belleza"

Hay un error en el relato de los acontecimientos. En concreto a la hora de elegir y de concordar los tiempos en lo que suceden los acontecimentos. Si el lector, la lectora, ha estado atento, se habrá dado cuenta de que entro en el Trastevere con el calor del mediodía y cuando me encuentro con el falso Alberti, es por la tarde. ¿Es un error, un misterio,  o hay un Trastevere de las Bermudas ? Abrimos la incógnita.

Desde hace días, llevo  elaborando un plan fotográfico para el Trastevere. Una guía de cosas del barrio y su ambiente que menciona Alberti en sus memorias y que quisiera fotografiar con la intención de comparar a través de contrastar palabra y fotografía cuáles son los cambios en el barrio que vio el poeta y éste que contemplo yo ahora.  Leo, antes de seguir,  el poema “nocturno” de Rafael Alberti, de su libro “Roma, peligro para caminantes”.


Está vacía Roma, de pronto. Está sin nadie.
Sólo piedras y grietas. Soledad y silencio.
Hoy la terrible madre de todos los ruidos
yace ante mí callada igual que un camposanto.
Como un borracho, a tumbos, ando no sé por dónde.
Me he quedado sin sombra, porque todo está a oscuras.
La busco y no la encuentro. Es la primera noche
de mi vida en que ha huido la sombra de mi lado.
No adivino las puertas, no adivino los muros.
Todo es como una inmensa catacumba cerrada.
Ha muerto el agua, han muerto las voces y los pasos.
No sé quién soy e ignoro hacia dónde camino.
La sangre se me agolpa en mitad de la lengua.
Roma me sabe a sangre y a borbotón la escupo.
Cruje, salta, se rompe, se derrumba, se cae.
Sólo un hoyo vacío me avisa en las tinieblas
lo que me está esperando.



La casa donde supuestamente vivió Alberti no tiene ninguna placa conmemorativa, ninguna referencia a su estancia en el barrio. 

Voy encontrando enredaderas que menciona y otras cosas que llevo al ojo y disparo.
Subo por el barrio hasta casi llegar a lo alto de la colina. Hay sobre Roma un calor insoportable que resta fuerzas y motivación para seguir. Un monumento a los caídos en los levantamientos para defender Roma que llevarían a la formación de la República. Tomo nota en inglés de referencias a la historia:


En 1849 en el nombre de la libertad y la democracia el pueblo se levantó contra el Papa, quien fletó un barco para huir a Gaeta, al sur de Roma. Mazzini, Saffi y Armellini (3 héroes 3 colores de la bandera italiana) formaron un gobierno provisional y una República. Los poderes conservadores europeos defendieron al Papa enviando tropas. Garibaldi lidera entonces a los voluntarios para defender la República. Roma es rodeada y sitiada. Sólo Garibaldi, acompañado de su mujer Anita, deciden resistir.



Goffredo Mameli era poeta, adjunto de Garibaldi.  Murió en el campo de batalla un 6 de julio a la edad de 21 años. Desde 1946 el himno de Italia es un poema suyo. Yo tomo nota bajo este desgarbado pinar, sobre esta cantidad indecente de pinaza, de todos estos datos geográficos y al acabar bebo agua y pienso – me extraño – de no haber leído nada de esto en las memorias de Alberti. ¿Desconocía Alberti esta parte tan importante de la historia de Italia? Seguro que no.
¿Era consciente de la importancia que el Trastevere tuvo en a defensa de Roma? ¿República, Poeta, Himno, exilio, no son demasiadas coincidencias con su propias historia y con la de España, como para no haber hecho ninguna alusión en sus memorias?. Me quedo con la duda y sigo caminando.

Roma, va benne, me rindo. Non posso piu. Vuelvo al hotel, por la sombra, bajo esta escalera interminable y vertiginosa hasta buscar el río.  Con la luz del ocaso volveré. Es Ferragosto, en el pomeriggio.